Junkie


A otras, simplemente hay que compadecerlas.
(Jm)

Cheever

Algunas carátulas caen bien.
(JM)

Alarcón: boom en la penumbra

Seguramente han visto el libro en alguna librería limeña, no se trata de una edición peruana sino de una edición "para latinoamérica" del primer cuentario (término horrible y preciso) de Daniel Alarcón, joven escritor peruano criado entre Lima y Estados Unidos que escribe en inglés pero acerca de "nuestra realidad", con toda la carga sociopolítica que semejante afirmación conlleva, y desde una posición de semi-outsider itinerante que despierta interesantes preguntas para los académicos de la literatura preocupados por la cultura. El título original del libro es War by candlelight, que en castellano sería algo así como Guerra a la luz de las velas pero ha sido traducido como Guerra en la penumbra, una fórmula acertada aunque carente de la belleza y complejidad del nombre primero. Los cuentos de Alarcón harían la delicia de los sociólogos por los temas que toca, por su deliberado tratamiento de una problemática urbana que está ausente en los textos de la llamada "nueva narrativa peruana", más cercana a la construcción subjetiva de mundos herméticos y asentados en una concepción del escritor como artista de la palabra; sin embargo, estos cuentos son mucho más que eso pues reúnen las virtudes de la prosa bien escrita y el manejo exitoso del ritmo narrativo. La carátula es excelente, no solo por sus méritos gráficos sino porque adelanta una lectura del contenido. Lean el libro y después nos dicen.

LUDO

Hablador

Hablando de Alfaguara y sus recientes movidas, ¿por qué la excelente novela El hablador de Mario Vargas Llosa, de acuerdo con esa tendencia a etiquetarla como novela menor (quizá por tener pocas páginas, no veo otro motivo más serio), ha sido incluida en este florilegio llamado Narrativa Breve junto a Los jefes y Los cachorros, como si fuera un cuento o un relato largo? ¿Acaso no merecía aparecer solita, con su propia carátula y todo, como apareció por primera vez en la edición de Seix Barral con la pintura de Rousseau, esta que en la imagen casi no se ve de pequeña y olvidada? En esa edición del 87 la elección de la imagen me parece acertadísima por la presencia del ojo occidental en la definición de lo machiguenga, como ocurre también en la novela con la invención del hablador y su alucinante discurso plagado de mitos aparentes. En el libro de Alfaguara está la foto de un Vargas Llosa joven, sonriente y todavía fumador (ni asomo del futuro jogger empedernido), decisión editorial que responderá a sus razones, pero que no elimina la cuota de nostalgia. En cuanto a la edición de Seix Barral, solo puedo decir que la extraño porque la que alguna vez tuve fue rematada a mal precio o sustraída sigilosamente de mi biblioteca, ya no me acuerdo. La he buscado en ferias del libro viejo sin poder encontrarla.

Esta tarde, derrotado por las imposiciones del mundo editorial, bajé los brazos de esteta agitador y compré la nueva edición de Alfaguara. Qué hacer, si nos sabotean.

LUDO

Visitadoras

Es muy divertida la anécdota que ocurrió con esta edición de la novela de Mario Vargas Llosa Pantaleón y las visitadoras, editada por Alfaguara. Cuando Alfaguara compró los derechos de todas las obras de Vargas Llosa -en una de las más comentadas jugadas comerciales del mundo editorial español-, empezó a publicar la Biblioteca Vargas Llosa, reeditando títulos que no existían en librerías y en versiones definitivas. Publicó, por ejemplo, un tomo dedicado al teatro de Vargas Llosa, con un enorme hipopótamo en la portada -en alusión a Kathy y el hipopótamo sin duda-, extraña carátula que estoy seguro que le encantó al autor (que tiene a este animal como fetiche). También se publicó una reedición de la novela Pantaleón y las visitadoras. En esta edición, la carátula mostraba a un grupo de mujeres -jóvenes y no tan jóvenes-, voluptuosas (por no decir gordas en algunos casos), en bikini de los años 70, con rasgos que muy bien podrían representar a las mujeres de Iquitos. La mancha de chicas hacía un gesto coqueto -un pase de can-can-, más juguetón que seductor. La verdad es que la carátula era perfecta para la novela que es también juguetona más que sensual, divertida, calurosa, cuyas protagonistas son estas "visitadoras" (prostitutas selváticas según la terminología militar/arrecha de Pantaleón) y que ocurre en la selva peruana. Hasta ahí todo bien. Pero luego de unos años, el sobrino de alguna de las protagonistas (involuntarias) de la carátula vio en una librería de EEUU un ejemplar de la novela y, como gracia, se lo mandó a la tía. ¡La que se armó! Resulta que esa foto no fue cedida por nadie, sino que al parecer un fotógrafo europeo la copió de la original, que estaba colgada de un restaurante de Iquitos según una versión que oí en televisión. Luego, seguro los diseñadores vieron el book del fotógrafo y encontraron la foto aquella y él, pensando en no sé qué, la cedió sin fijarse en el lío que se armaba. Claro, algunas de las aludidas -que ya no viven en Perú, viajaron en los 80 a EEUU- vieron aquí la oportunidad de ganar algún dinero, sobre todo porque en la novela se alude a prostíbulo y la foto "puede prestarse a confusiones". No se trataba de un lío de derecho de autor, pues, sino de "injuria". La editorial quiso arreglar con ellas en numerosas ocasiones, demostrando con eso que no fue hecho a drede, pero según tengo entendido no se llegó a un acuerdo (me imagino a estas mujeres asesoradas por abogados angurrientos). Creo que la carátula ya ha sido retirada (si ven algun ejemplar en venta, aunque sea en la edición de bolsillo, cómprenlo que valdrá algo en unos años) y no sé cómo va judicialmente el lío, pero me imagino que al final no pasó nada. Pero la anécdota vale.

PD: por cierto, creo que en el futuro absolutamente todas las carátulas de Pantaleón y las visitadoras deberían tener a Angie Cepeda, protagonista de la versión fílmica, en primer plano. Ese libro lo tendría en mi mesa de centro, o de noche cuando estoy solo, no en el librero.

TYSON

Mi nombre es Gisela

Sin comentarios

Marías II

Corazón tan blanco es al parecer la novela más traducida de Javier Marías. La primera carátula salió en Anagrama y la pintura ejemplifica una de las primeras escenas del libro, cuando Juan, el narrador, ve desde el balcón a una mujer en la calle mientras su reciente esposa toma una siesta. Una imagen un tanto barroca, llamativa por la mujer desnuda en la cama y un hombre que en vez de mirar hacia la calle está pendiente de ella. La misma escena trató de resaltar la portada de Alfaguara cuando reeditó Corazón tan blanco. En esta ocasión, sin embargo, algo cambia: Juan ya no está pendiente de Luisa sino de la mujer que ve desde el balcón y que está esperando a alguien. El Juan de Alfaguara es más osado, mientras que el de Anagrama se muestra cauteloso, pendiente de que Luisa no despierte. Ambas carátulas pretenden mostrar una escena específica, y si bien lo que cambia es solo la postura de Juan, es interesante resaltar que en la imagen de Alfaguara vemos a un Juan de espaldas, mucho más misterioso y sugestivo que en la carátula de Anagrama, donde tanto su figura como la de su esposa están a la vista. No menos importante es la presencia de la dama en ambas carátulas: en una aparece Luisa, en otra la mujer que espera en la calle. Alfaguara utilizó la imagen primigenia para su edición de bolsillo pero puso otra para la normal, que sin lugar a dudas es una de las mejores dentro de las ediciones publicadas. Pero no es la única. Dos de mis favoritas salieron en Japón y Turquía. La japonesa es colorida, sensual, simbólica. Un lápiz labial blanco está a la altura del corazón de una mujer que lleva un vestido morado. La turca está más apegada a las escenas del libro y nos presenta a una Luisa sobre la cama, preocupada, atormentada quizá, con una mano sobre la cabeza y un perfil del rostro que nos cautiva. La luz tenue, como si proviniese de la luna, le da ese aura marchito, ese toque blanco que el título mismo nos sugiere. Un escalón más abajo está la carátula francesa, pues si bien nos muestran a una Luisa contrastada con el fondo oscuro, vestida de blanco y sobre unas sábanas también del mismo color, la imagen es estática y no sugiere ningún estado de ánimo, salvo el de la tranquilidad de estar durmiendo. Tal vez con la presencia de Juan la carátula hubiese sido mucho más interesante. Un carátula que decepciona es la alemana. Hay que recordar que Marías fue best séller en dicho país, y tal parece que a la editorial solo le importó vender el nombre de Javier Marías que el libro mismo. Hay otra edición alemana, creo que posterior a la primera, menos sencilla que ese fondo anaranjado y con el semblante de Juan, pero tampoco es una buena portada. Las carátulas curiosas son muchas. Está la edición eslovena (¿?), la israelí, con una Luisa desnuda, de cabellos largos y frondosos, aunque parece más la mujer de un troglodita, la rumana, donde pensaron que Javier “Marías” era un profeta religioso, y finalmente la griega con una imagen algo tétrica. Sin embargo, la peor carátula sobre Corazón tan blanco se la lleva otra vez una edición italiana, y esta vez no se copiaron de la original. ¿Qué tienen los italianos contra Marías? En la imagen de la portada vemos un corazón rojo sobre un fondo azul. ¡Sí, un corazón rojo! Para no creerlo.

QUARK

Un muerto en la carátula

Antes de ser bella o compleja, una buena carátula debe lanzar el gancho preciso para atraer a posibles compradores que no posean información previa sobre el contenido del libro. Estos compradores "no especializados" (me refiero a los lectores normales, no a esos perros hambrientos que espían por la ventana de su escritor favorito – de quien saben hasta cómo duerme - esperando que acabe de escribir su libro para precipitarse a la librería más cercana a comprarlo "calientito"), deben armarse un anticipo mental con pocos insumos: el texto de contracarátula, su conocimiento previo del autor (si lo tienen), su bagaje literario pesado o ligero y las pocas páginas que alcancen a hojear. En nuestra experiencia, las carátulas suelen ser poco informativas. La mayor parte de las veces no dicen nada, salvo que el libro en cuestión sea archiconocido (Lolita o La metamorfosis) y la imagen presentada solo venga a reforzar eso que ya pertenece al saber del mundo. Pero acaso, ¿es que una carátula tiene la obligación de decir algo, de cifrar un símbolo o contener un mensaje que se articule con la trama de significados del texto? Si hace alguna de estas cosas, hay que felicitar al ilustrador, pero la felicitación siempre vendrá a posteriori, después de leer un libro que "lector potencial" aún no conoce.



En este momento crucial (18 soles menos, 18 soles más para la editorial), algunos editores pueden jugar con la mente del lector potencial transmitiéndole mensajes subliminales para reforzar su apetito de consumo. Es el caso de la clara alusión al autor – Andrés Caicedo – en la carátula de la última edición de Norma del libro de cuentos (¿o novela en tres monólogos?) Angelitos empantanados o historias para jovencitos. En ella vemos una fotografía en blanco y negro (como casi todas las que hay de Caicedo) de un "modelo" de cabello revuelto (¿reminiscencia de los agitados años 70?) y expresión torturada o trasnochada o ambas cosas. El pata sostiene un corazón rojo que sangra a la altura del pecho (todo muy infantil y naive), y tiene dos alitas blancas de polluelo o angelito volador, también dibujadas por un artista niño (alusión a la estética adolescente de Caicedo). Podría decirse que este "angelote" representa a los "angelitos empantanados", típicos personajes adolescentes de Caicedo que el autor bautiza con nombres expresivos como "Miguel Ángel" o "Angelita", y juntan algunos o todos estos ingredientes: vivir en los suburbios ricos de Cali, asistir al colegio San Juan Berchmans, sufrir de un Edipo mal curado, leer a Poe (Berenice), disfrutar del terror, tener sirvientas y policías contratados en la casa, temer a las clases sociales que no sean la suya y enamorarse de muchachitos(as) pertubados(as) que los lleven a la muerte o a la destrucción psicológica. Ciertamente, la carátula cumple el propósito de representarlos a ellos, pero la alusión más clara, la que salta a la mente del lector potencial apenas ve el libro en un estante de supermercado, es al suicidio del propio Andrés Caicedo a la edad de 25 años con sesenta pastillas de Seconal (¿por qué la edición de Norma consigna este dato?) en marzo de 1977. Más allá de ser una tragedia, esta historia ha creado un mito (es decir una potencial fuente de riqueza) que forma parte del saber literario de todos los colombianos y casi todos los latinoamericanos con algún interés por la literatura, tanto así que el mito puede llegar opacar la calidad de una obra que no está en discusión. En la mente del lector potencial, la imagen de la carátula conecta inmediatamente con ese compartimento rotulado "escándalos literarios", o con otro de "fetichismo narrativo", o peor aun con ese que se llama "rebeldía mal curada o nostalgia revolucionaria". El resultado es una compra asegurada, o al menos eso espera la gente de la editora. Esta carátula, más que un mensaje subliminal, contiene una carta de amor abiertamente necrofílica que ojalá haya generado las grandes ventas esperadas.

LUDO

Carátula multi-usos para editores ocupados

En estos tiempos de boom editorial, si el editor está demasiado "ocupado" para fijarse en la carátula (incluso para leer el texto y proponer una interpretación), le recomendamos esta pintura de Yves Klein. No solo es "retro", sino que se presta a una variedad de lecturas y basta cambiarle el color en Microsoft Paint para evitar el engorroso pago por derechos de autor. Incluso se podría bautizar una colección entera como "libros arco-iris" siguiendo el lema: "¡a donde llegue el ojo, llega la imaginación!" ¡Qué mejor manera de superar el impresionismo y aprovechar las últimas tendencias del arte contemporáneo! (Añada el nombre del autor y el título de la obra).

LUDO

Marías

Para los que admiramos a Javier Marías, y tal y como un lector de nuestra página resalta, la carátula de la edición española de Mañana en la batalla piensa en mí es igual de desconcertante como la muerte de Marta Téllez. ¿Qué hace esa mujer, yo diría una muchacha de 20 años, al lado de una cebra? Está pensativa, con una mano a la cabeza y con un rostro de preocupación, pero los que hemos leído la novela sabemos que esa imagen no tiene ninguna relación con la historia. ¿Téllez pensando en el futuro de su hijo antes de su muerte? Absurdo. Si buscamos otras publicaciones de la novela, podremos encontrar una interesante propuesta de carátulas, desde la más correcta hasta la descabellada, que incluso supera a la portada original. Dentro de las más interesantes está la que hizo la editorial holandesa Meulenhoff. Como vemos en imagen, se muestra el borde de una cama, sábanas desordenadas y un objeto negro en la parte descubierta. Desde luego, insinúa el lugar de la muerte de Marta Téllez, la causa del libro y el eje principal de la historia (para los que no hayan leído Mañana en la batalla piensa en mí, no se preocupen, dicho deceso está mencionado ya en la contratapa, aunque no debería estarlo. Además, y como ya muchos saben, Marías no puede comenzar un libro sin matar a alguien). En la portada uno puede percatarse del objeto negro sobre las sábanas blancas, unos cobertores que también dan cierto movimiento. Hay la impresión de que tanto Víctor Frances como Marta estarían en ese coqueteo previo a una relación sexual, que dicho sea de paso, nunca se llevará a cabo. Otra carátula interesante es la publicada en Estados Unidos por la editorial Harcourt Brace. Con un tono grisáceo y como si fuese un bosquejo a lápiz, vemos la mitad del rostro de una mujer y la parte superior del brazo, una Marta Téllez ahora con el cuerpo cubierto por las sábanas. La edición norteamericana es más osada que la holandesa, pues se atreve a mostrar una supuesta Téllez, y creo que con la precaución y el acierto de solo darnos una imagen de su fisonomía a medias. Aquí, a diferencia de la de Meulenhoff, Téllez estaría ya muerta o a punto de estarlo. Es una portada estática, contraria a la holandesa, pero no por ello equivocada. Menos lograda que estas dos está la de Portugal, a cargo de la editorial Martins Fontes. Dos imágenes cortadas que muestran a un hombre también con un rostro a medias. La portuguesa privilegia a Víctor que a Marta, lo cual no está mal, aunque no con el acierto debido. Las imágenes cortadas no logran cohesionarse del todo. Una misma imagen tomada en dos ángulos distintos, idea interesante, pero hubiese sido mejor mostrar un mayor contraste. Frances pensativo, cavilando tal vez la acción a tomar luego de la muerte de Téllez. ¿En el mismo departamento de Marta? ¿Pensando si llamar o no al esposo? Incomprensible es la publicada por Gyldendal, editorial noruega. También vemos dos imágenes en la carátula, pero esta vez una pintura con un supuesto hombre y unos animales que parecen caballos. Rarísima y nada que ver con el tema. Pero la descabellada, la que se lleva el premio a una de las peores carátulas hechas sobre un libro, es la publicada por la editorial italiana Einaudi. Parece que los italianos solo se dejaron llevar por el título y pusieron lo primero que estaba a mano. ¿Un gladiador? ¿Mike Tyson en versión oriental? ¿O acaso se trata de una nueva imagen de Sagat, ese peleador tailandés del juego virtual Street Fighter?

Nota: Un lector de nuestra página aclara en los comments que la portada italiana es una réplica de la primigenia, la que se publicó en la edición de Anagrama. La pregunta, por supuesto, salta a la vista: ¿Fue Marías quien escogió dicha imagen? ¿Un lapsus? ¿O tuvo que escoger entre esa y otra peor? ¿Otra peor? Impresionante.

QUARK

Un foxterrier para Quiroga

¿Y cuándo una edición de Horacio Quiroga con sus adorados foxterriers en la carátula?
LUDO

Desayuno en Tiffany's

Antes de que Lalaume Barnes se llamara Holly Golightly, era una chica de trece años que se había fugado de sus padres adoptivos para ir a vivir con un viudo mayor que ella. Una niña que junto a su hermano Fred iban a robar leche y huevos de pava. Pero Lalaume Barnes quiso ser Holly Golightly, la dulce muchacha que a pesar de haber desistido de ser una verdadera actriz de Hollywood logró estar rodeada de pretendientes millonarios y del glamour que tanto le atraía. Nos referimos a la novela de Truman Capote, Desayuno en Tiffany’s, que fue llevada al cine y protagonizada por la bella Audrey Hepburn. De una de las imágenes de este filme salió la portada para la edición en español del libro. Aquí vemos Hepburn (Holly Golightly) con el encanto que el propio narrador también nos intenta traslucir: los guantes negros, el collar de perlas y sobre todo el rostro dulce de una muchacha ingenua, singular, que ha tenido once amantes (sin contar los que tuvo antes de los trece, como dice la propia Holly), y que habla de libros por las películas que ha visto sobre estos. La idea de la Editorial Sudamericana para poner esa imagen de la película en la novela es muy acertada, si juzgamos por las carátulas de otras editoriales. Pero no nos engañemos. Este es quizá uno de los pocos casos en que la figura de una protagonista se parece tanto (al menos para mí) a la figura plasmada en la novela. Desayuno en Tiffany’s, aparecida en 1950, es paralela a la aparición de Hepburn como actriz; parecería que mientras Capote creaba a su Holly una Audrey también se estaba creando simultáneamente, dando sus primeros pasos en el mundo del cine. De todas maneras, la postura de Sudamericana es contraria a la de Anagrama, pues prefiere una imagen menos directa con la película, aunque intenta mantener la esencia de glamour. Aquí vemos a una mujer con un vestido rojo y pintándose los labios también del mismo color, el collar y el arete, pero sin mostrar el rostro completo de la mujer. Dicha imagen me hace acordar la escena en que Holly, antes de leer la carta de un pretendiente que opta por abandonarla, decide pintarse los labios, colorearse las mejillas, adornarse las orejas con perlas y ponerse gafas oscuras. “Para leer esta clase de cartas”, le dice al narrador, “hay que llevar los labios pintados”. Poco atinada es una edición norteamericana de Penguin Books Ltd, en donde aparece una mujer de pie, apoyada y posando para la foto, enfundada en negro y con el cabello algo suelto, vestida más para el velorio de alguien y que en vez de Holly se parece más a una de las amigas de esta, quizá la tartamuda Mag Wildwood. Dentro de las carátulas simples, mejor quedarse con esta edición argentina, donde a pesar de ver a una Holly en miniatura, podemos apreciarla con su gato, el felino que la vemos en la novela siempre en sus brazos y que incluso tendrá algo de protagonismo al final de la novela.

QUARK

Lolita

La primera carátula de Lolita (Olympia Press, 1955) tenía solo el nombre escrito en letras oscuras sobre una cartulina intensamente verde (¿anunciando al "viejo verde" de Humbert Humbert?). Sobria, como solían ser las carátulas entonces, y más aún siendo esta una novela que podría ser acusada de "pornográfica". Pero perdía el gancho comercial de colocar a una nínfula (personaje seductor entre los 9 y 12 años, como Lolita) en la carátula. Mucha agua ha pasado bajo el puente y, cumpliéndose este mes los 50 años de la publicación de este libro genial (editado originalmente en dos volúmenes), repaso varias carátulas y propongo lo mejor y lo peor.


Carátula correcta

Esta es una de las carátulas más conocidas, y también la mejor para ilustrar Lolita. En primer lugar, es sugerente, porque deja al lector el libre albedrío de imaginar el rostro de Lolita. En segundo lugar, no es evasiva, porque sin duda las piernas de esa niña responden a una edad entre los 9 y 12 años, edad en que Humbert Humbert descubre a su nínfula en el jardín de su madre. Y en tercer lugar, contextualiza al lector en la coyuntura de la novela: esas medias y los zapatos nos muestra a una escolar americana de los años 50. Y Nabokov quería, justamente, retratar a las escolares y al modo de vivir americano de aquella década. Queda claro que mostrar una parte del cuerpo que no sea el rostro es la solución idónea para la carátula de un libro como Lolita. Esta foto de las piernas descubiertas por una falda corta y levantada despreocupadamente es, por ello, perfecta, porque muestra el doble signo de Lolita (y de todas las nínfulas) entre la inocencia/seducción (la postura de los pies subraya esa duplicidad). Mostrar, por ejemplo, un pecho floreciente o unas nalgas respingadas sería demasiado obvio e implicaría una suerte de censura a Humbert Humbert como un sujeto meramente sexual (lo que no era, a diferencia de Quilty). En ese sentido, no me parece acertada esta carátula de la editorial Vintage Internacional, que muestran los labios, y menos aún en una foto tan "sensual" que es demasiado explícita (a diferencia de la novela, donde lo sexual y lo poético, lo carnal y lo sublimado, están en preciso equilibrio). En el caso de Lolita, lo seductor se debe sopreponer a lo sexual o directamente erótico. Otras carátulas en las que se ven las piernas son ésta (las medias con los zapatos aquí son poco atractivas) y ésta (que corresponden al jardín de la casa de su madre, sin duda).

Carátula equívoca

Cualquier carátula que muestre de plano el rostro de Lolita es equívoca. Es una interpretación limitante. ¿Qué pasa si ese rostro no corresponde a la imagen que la lectura nos forma de una niña seductora? Lolita, debe entenderse, no es necesariamente una "belleza", ni una chica de calendario, ni una modelo adolescente. Es una seducción distinta la que ejerce sobre Humbert Humbert, incomprensible para el común de los mortales según el mismo libro. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que Lolita sea incluso fea, o infantil, pero decididamente extraña, especial. Las carátulas que muestran el rostro de Lolita se equivocarán, por tanto, de todos modos ante un libro tan sugerente como éste. Esta portada, por ejemplo, muestra a una Lolita casi como una modelo o una chica de colegio de Beverly Hills, demasiado "bonita" y -por ende- poco ninfulesca. Otras carátulas que muestran erróneamente el rostro son ésta (una Lolita tensa), ésta (una Lolita californiana, agresiva, adrenalínica), ésta (una Lolita gordinflona, con cara de sabihonda), ésta (una Lolita de 20 años) y ésta (una Lolita morena: interesante aunque reñida con el libro). En esta misma línea, colocamos las ediciones que utilizan fotogramas de las versiones de películas sobre Lolita. Tanto como Sue Lyon como Dominique Swain, creo yo, son pésimas representaciones de una nínfula. Una, demasiado mayor para tener 12 años (o incluso los 14 que le pone la película); la otra demasiado fashion. En ésta edición, aparece el célebre chupetín de Sue Lyon. Y en ésta, las piernas largas de Swain (si se quiere usar un fotograma, ¿por qué no usan aquel en que le pintan las uñas a Sue Lyon? Es lo mejor de la película de Kubrick). También las carátulas que tienen pinturas entran en esta categoría, desde luego. En ésta aparece una horrenda Lolita atlética, una nadadora olímpica, demasiado musculosa (es la peor, sin duda). Y en ésta, una versión cándida, sonrojada, campesina y soviética. En caso de que el editor insista en colocar una pintura, ésta es una opción interesante porque sin duda las niñas de Balthus son nínfulas afines a los referentes de Nabokov (aunque sería una versión oscura, pérfida, de Lolita). Finalmente, ya que hablamos de imagenes impuestas en contra de la voluntad de la novela ¿alguien me puede explicar esta Lolita andrógina? Es demasiado.

Otro sí

Cuando un autor es un clásico, se considera la opción a colocar su rostro en la carátula de sus novelas principales, aunque se corra el riesgo de que algúj desinformado piense que Humbert Humbert es un anciano con cara de profesor de Cornell. Esta carátula de Lolita es curiosa, sin duda, con aquel Nabokov serio, de lentes caídos, cogiendo una rosa frágil con cierta suavidad. Una broma oscura, probablemente, que Nabokov no hubiera aceptado. También existe una carátula muy divertida, en este sentido, para la versión de Lolita en audio libro, leída por Jeremy Irons. Es más precisa, porque ahí Nabokov está trepado en un automóvil similar al que usó Humbert Humbert (el tema de la carretera y los hostales es un tema imprescindible en esta novela) para huir con su nínfula. Nabokov no tiene un rostro pétreo sino más bien muy divertido, casi, casi sonriendo. Aunque es ciertamente profesoral. Y lleva una pluma para escribir. Sin duda, más que Humbert Humbert, parece el demonio de Quilty.

TYSON

Angelitos de mierda

En la colección Cara y Cruz de Norma apareció el año pasado una antología de los cuentos de Saki (Hector Hugh Munro, Birmania 1870 – trincheras francesas 1916). El título, Cuentos de humor negro, es desconcertante, porque los pocos libros que el autor publicó en vida llevaban títulos opacos y nada abstractos, como Reginald o The reticence of Lady Ann; el criterio editorial explica la necesidad de recurrir a un título sumario y plano que dé cuenta – a grandes rasgos y simplificando – del "tema" que vincula a todos estos cuentos, o mejor de la "sensación" que dejan en el lector estas historias crueles y divertidas, o sencillamente desalmadas. Un rasgo formal recurrente es la brevedad – sin exagerar, algunos son más cortos que este post -, así como el apego a una estructura clásica que la hermana de Saki ha definido con acierto: las historias son "anécdotas innecesariamente alargadas" o "tragedias indebidamente comprimidas". Muchas de ellas parecen cuentos para niños, fábulas que de un momento a otro pierden toda su ingenuidad y degeneran hacia lo horrible. Los protagonistas suelen ser niños maquiavélicos, encerrados en ambientes familiares lúgubres y represivos, que encabezan pequeñas revueltas contra el orden establecido que adquieren matices de travesuras macabras. En el mejor cuento, Sredni Vashtar, el niño Conradín vive con una tía-tutora a la que odia, y un hurón como mascota; un buen día, el hurón asesina "por casualidad" a la mujer y la única reacción del niño es "proceder a prepararse una tostada", como un refinado caballerito que disfruta elegantemente de esa mezcla de justicia infantil y maldad de kindergarden. En el tono distante y objetivo del narrador se percibe una risa ahogada y una secreta complacencia ante las "ocurrencias" del angelito monstruoso. Hablando de carátulas-espejos que reproducen una escena clave que cifra la totalidad de un texto en un símbolo, la carátula de esta antología es un buen ejemplo. En el relato El cuentista, vemos a tres angelitos viajando con una tía en un tren; la buena mujer, que resume las costumbres y esperanzas de la sociedad inglesa antes del 14, intenta calmar a los niños contándoles lindas historias infantiles (con moraleja y demás) que ellos encuentran aburridísimas y tratan de sabotear a cada paso con preguntas impertinentes, como "¿de qué color tenía los ojos el lobo que se tragó a Caperucita?". Hasta que hace su aparición "el cuentista", un hombre siniestro de ropa oscura que les empieza a contar una típica historia de Saki, en la que los niños pueden reconocer su propio ingenio despiadado. Son estos los personajes que ilustran el libro: caricaturas crueles que combinan los trazos torpes y los colores vivos de la estética infantil con los tonos oscuros y el cielo pálido de un mundo gótico que convive con el primero. Fíjense en la cara de la dulce niñita pelirroja que escucha embelesada la historia del "cuentista", con los ojos desorbitados y una mueca de asesina en serie – o de mujer zombie - que le deforma la boca. Tiene un osito de peluche en las manos y parece que lo está asfixiando.

LUDO

Nuevos paseos

La edición de Siruela de Paseos con Robert Walser de Carl Seelig no solo demuestra que la sobriedad y el buen tino pueden ir de la mano, sino que a veces es necesario crear un concepto de carátula aprovechando todos y cada uno de los recursos de los cuales se disponga, incluso si estos mismos provienen del material gráfico dispuesto entre sus páginas. Vemos en la carátula de esta edición una de las seis fotografías que acompañan el texto de Seelig, y en ellas se observa el devastador paso del tiempo en el rostro de Walser (una de las imágenes más famosas del escritor proviene de este archivo). Sin embargo, en muchas de ellas no solo se le ve distraído, sino que incluso contento de poder llevar a cabo la actividad que más lo deleitaba: pasear. Sin rumbo fijo. Solo pasear. El libro de Seelig, como ya sabemos, nos relata las diversas conversaciones que Seelig y Walser sostuvieron durante más de 20 años, y entre ellas podemos notar no solo la huella del genio que opinaba libremente sobre su época y su condición, que despotricaba de sus colegas escritores y de la literatura misma, así como de la farsa de la escritura, de la fama y del éxito; no solo notamos estas variantes desconcertantes del Walser caminante que avanza sin cesar hacia un destino inexistente, sino también la mano firme del amigo incondicional, la sombra de Seelig tras los pasos del irritable y desconfiado escritor al que, incluso abandonando varios días la labor oficial -Seelig era soldado-, había decidido rescatar del olvido. Un olvido que, paradójicamente, Walser procuraba labrar cada día en cada paseo, como si caminando frenéticamente abandonara parte de sí mismo en la huella de sus pasos; así, hasta desaparecer, esfumarse. No ser nadie, y que eso no sea un lamento, sino una bendición. Después de leer una y otra vez este libro, creo que su portada no solo es sumamente acertada, sino que se convierte en un imán de lectura. Casi un espejo de lo que está contenido. Muestra una de las fotografías que Seelig le toma mientras Walser asciende por un camino cubierto de nieve -recordemos que el escritor muere en la navidad del 56, precisamente mientras caminaba por un bosque cercano cubierto de nieve-. No vemos su rostro, apenas la silueta siempre tan formal -saco, corbata, sombrero y bastón- que con mucho esmero el escritor siempre cuidaba. Y así avanza. Esta es una caratula "de ida y de vuelta": hay que volver inevitablemente a ella después de cada fragmento leído. Es imposible, entonces, no sentirnos compañeros también de esos largos paseos desde el sanatorio de Herisau hacia los pueblos aledaños. Siempre la espalda de Walser frente a nosotros, inaccesible, tal y como él lo deseaba. Y nosotros, aún persistentes tras sus huellas.
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Lo nuevo de Rushdie

Según Rodrigo Fresan, en su crónica sobre la presentación del libro, "... lo que cuenta Shalimar The Clown es nada más y nada menos que el proceso que lleva a un joven artista –un eximio equilibrista y payaso de circo– a convertirse en una implacable máquina de matar del terrorismo fundamentalista". Siendo así, resulta obvio el acierto de la carátula en la versión inglesa de Shalimar The Clown, la nueva novela de Salman Rushdie. Aquel "eximio equilibrista" representado por la soga que está a punto de romperse, en representación del precario equilibrio interno que Shalimar quebrará cuando se convierta en un asesino fundamentalista (y al primero que mate sea a “un hombre sin Dios que ofendió a Dios, un hombre que vendió su alma a Occidente: un escritor”). Pero más allá del concepto, que está bien ilustrado, esta carátula tiene otro acierto: tiene movimiento. La tensión de esa soga estirada que se está pelando, pero aún no está rota, es en sí misma un conflicto. ¿Se romperá la soga? ¿Qué pasara cuando eso suceda? ¿Algo bueno o malo? ¿Algo grave o no? Y si es malo y grave, ¿se superará o no? El conflicto se mantiene en vigencia mientras haya una situación que no se resuelve. Y eso es lo que vemos en esta acertada carátula. En algunos casos, el conflicto empieza en el primer párrafo. En otros, incluso, en la primera línea. O hasta en el título -alguna vez los que conformamos este blog pensamos escribir una novela policial colectiva titulada No fue el mayordomo-. Pero en este caso, empieza en la carátula.

Gracias

El equipo que conforma el blog ¡Basta de carátulas! agradece a "Los noveles" la mención tan generosa en su página y el enlace. Asimismo, muestra su enfado ante las opiniones de un sujeto apellidado Urdanivia quien ha dicho: "ese blog es demasiado aburrido".

Nuevos puritanos

Se considera que una buena carátula es aquella que, de algún modo, refleja el interior del libro y lo ilustra de un modo conceptual. La buena carátula, entendida de ese modo, sería un apéndice del libro que pretende al mismo tiempo seducir al "comprador" y apoyar al "lector" en la interpretación. Me parece bien. Sin embargo, existe la posibilidad de entender que la carátula es solo un medio que fija un concepto, vinculado al libro como un producto cualquiera, y busque hacerlo no solo atractivo sino "único" y fácilmente reconocible. Y para lograr eso, el ilustrador no se valdrá necesariamente de la interpretación del texto sino que intentará crear algo más comercial, una carátula que busque inducir al comprador a adquirir un producto (literario), sin necesidad de además orientarlo en su lectura. Es decir, "compra este concepto, ya después arréglate con él como puedas". Un ejemplo claro de ello es la carátula del libro All Hail the New Puritans, (una antología de relatos de un grupo de autores jóvenes británicos -entre los que se cuentan los ahora famosos Alex Garland, Toby Litt, Geoff Dyer) Ellos escribieron en esa antología un Manifiesto que, explicado a grandes rasgos, pretendía trasladar los postulados del grupo cineasta Dogma95 a la literatura. Tambiénm proponían ser la nueva reserva literaria de Inglaterra. Con ello, además de los relatos, los diseñadores de la editorial tenían un sinfín de temas y de motivos -sobre todo siendo una antología- para ilustrar la portada. La edición española de Mondadori, por ejemplo, privilegiaba el tema británico y el espíritu joven y contestatario (un ombligo con arete, un tatuaje de la bandera británica) que ciertamente está presente en el libro. Sin embargo, la carátula original no buscó ilustrar los cuentos ni el manifiesto sino reforzar el concepto implicado en el título: "nuevos puritanos". Para ello, se basó en la imagen de una botella transparente, llena de un líquido también transparente -presumiblemente agua o alcohol puro-, en fondo blanco y con el nombre del libro (resaltado en naranja) y los nombres de los que participan de él grabados sobre la botella (como si fuera la información de control sanitario del líquido). Es decir, utilizaron el mismo recurso que usarían, por ejemplo, para graficar una campaña de agua mineral, un remedio o un destilado que deba significar pureza. ¿Qué tiene que ver eso con el contenido del libro? Probablemente nada. Pero, de manera rotunda, lograron instalar en la mente de los compradores del libro (no necesariamente lectores) el concepto principal del título -pureza- y consiguieron individualizar el producto. Es una carátula arriesgada, estrictamente comercial, de diseño, aunque poco literaria. Yo creo que, a su manera, es una estupenda carátula.

Metamorfosis

Hay muchas formas de hacer una mala portada, desde luego, pero las peores son aquellas que propician una interpretación limitante a la obra. Por ejemplo, tomemos La metamorfosis, de Franz Kafka. Todos conocemos la primera frase ("Cuando despertó, Samsa se había convertido en coleoptero") y el resto de la historia. Pero ¿es realmente un coleóptero -un escarabajo de estiercol según Nabokov- Gregorio Samsa? ¿Debemos tomar esta novela al pie de la letra? Sí, esa es una lectura válida. No, porque esa lectura -Samsa convertido de facto en insecto- le resta ambiguedad a la metáfora que conforma aquel libro. ¿Cómo hacer la portada entonces?

1. Portada errónea

Esta ilustración pretende graficar una escena de la novela: cuando Samsa es encontrado "convertido" en coleóptero por la hermana. Se ve la puerta abriéndose, la luz que se filtra, el horror en los ojillos abiertos del insecto-humano. Un asco de portada. Le quita toda ambiguedad e incluso dramatismo a la transformación. Limita la metáfora compleja que implica el despertar de Samsa a la simple introducción de un elemento imposible, propio de una ficción fantástica: un hombre se convierte en insecto. Eso es todo. Qué pobreza del editor y qué mala lectura del libro por parte del ilustrador. En algunos casos, por cierto, los ilustradores van más allá como en éste caso, donde la sutileza es aún menor. En todo caso, si me empeño en poner un insecto en la carátula, sería bueno poner algo así, más sutil porque no ilustra una escena sino un concepto.


2. Portada acertada

Esta es la portada original, es decir de la primera edición alemana de la novela. Y es un acierto obvio, que implica un editor atento a lo que significa esa obra (a pesar de que Kafka aún no era el autor reconocido que es hoy). También está la puerta abierta -muy importante en la novela, por cierto- pero no se observa a un insecto sino a un hombre, en pijama, muy atormentado. Es decir, el anuncio del terrible despertar en que "cree" convertirse en insecto, o se convierte realmente en uno. El dibujo, por un lado, representa a Samsa asumiendo con pesar su transformación dolorosa, su próxima marginación. Pero por otro, si quieren algo más concreto, aquella cabeza escondida y el pelo revuelto estaría anunciando el instante previo a la transformación (una mente fantástica pensaría que después de ese cuadro Samsa se convertiría en escarabajo, como en una película de Cronemberg). La misma idea, pero en resolución más dramática y exagerada (y por ello mismo no tan buena) se ve en ésta edición. Y también tenemos ésta, que prefiere evitar el tema y se va por las ramas. ¿Una ciudad apacible para ilustrar La Metamorfosis? ¡Qué absurdo!

TYSON

Fårö

Una editorial italiana ha publicado un libro sobre Faro, la isla donde Ingmar Bergman rodó Persona, La hora del lobo, Vergüenza y La pasión de Anna. La foto de la carátula, que nos hace recordar la escena más terrible de La hora del lobo (Max Von Sydow luchando contra una especie de niño-demonio y matándolo con una roca), también trae a la memoria el siguiente fragmento de las memorias de Bergman:

"Así fue como ocurrió: en 1960 iba a hacer una película titulada Como en un espejo. Trataba de cuatro personas en una isla. En la primera imagen surgen de un agitado mar crepuscular. Yo quería, sin haber estado allí, que se rodase en las islas Orcadas. El productor, desesperado ante los gastos que se le avecinaban, mencionó Faro. Era una isla muy parecida a las Orcadas. Pero más barata. Más práctica. Más accesible.
En realidad no sé qué pasó. Si uno quisiera ponerse solemne se podría decir que había encontrado mi paisaje, mi verdadera casa. Si se quiere ser divertido se puede hablar de flechazo.
Le dije a Sven Nykvist (su colaborador de toda la vida) que quería vivir en la isla el resto de mi vida, que quería edificar una casa exactamente donde estaba el decorado de la película. Sven me propuso que mirase unos kilómetros al sur. Allí está la casa hoy. Se construyó entre 1966 y 1967". (Linterna mágica, Tusquets editores).

LUDO